domingo, 17 de agosto de 2014

                                                        Una luz en las sombras.
                                                                      2

Las horas avanzaron y el sol alcanzó su cumbre entre las nubes mientras que, bajo este, en el suelo, una adolescente y un hombre caminaban juntos. El hombre era alto y esbelto, con el cabello rojo como la sangre callendo liso, aunque algo alborotado, ante unos ojos carmesís. Los rasgos de su cara le harían aparentar una edad adolescente si no fuera por la roja perilla que lo hacía parecer más de su verdadera edad, que debían ser no más de 30 años. Vestía una chaqueta negra de cuero desabrochada que dejaba a la vista una gran calavera que, estampada en una camiseta gris, ocupaba todo su pecho y más, unos pantalones vaqueros considerablemente rasgados y unas botas negras en las que estos se introducían. La chica en cambio era algo bajita y delgada, de unos 16 años, su pelo era negro y liso, en la parte de atrás estaba recogido en una larga coleta y en la de delante, formaba un largo flequillo que le tapaba todo el lado derecho de la cara. Su ojo izquierdo, de color azul, y su fina boca, no mostraban la mas mínima expresión. Llevaba un pequeño chaleco gris oscuro, que apenas llegaba a las costillas y debajo de este, una camiseta negra ajustada, de cuello alto, cullas mangas le cubrían hasta los nudillos. Tambien vestía una falda negra con marcas blancas algo corta y bajo esta, unas medias negras que la cubrían hasta llegar a unas botas negras, algo por debajo de las rodillas. Su brazo derecho iba colgando mientras su brazo izquierdo cruzaba por su espalda hasta agarrar el derecho casi a la altura del codo.
-¿Otra vez? -se quejaba el hombre con voz cansina-.
-Si -respondió la joven fríamente- dicen que me puede ayudar.
-Dios. . . .  ¿Cuantas veces vas a tener que ver al orientador antes de que se enteren de que no necesitas su "ayuda"? -preguntó irritado para sí-.
-¿De verdad soy tan. . .  -su mano izquierda se fue deslizando por el brazo derecho hasta alcanzar la muñeca, quedando ambas manos a su espalda, agarrada una por otra- rara? -su tono, al igual que su cara, seguían inexpresivos-.
-¡No digas gilipolleces! Es solo que no saben entenderte -dijo mientras se daba toques en la sien con el dedo índice a la vez que la miraba-.
La joven separo sus manos y las volvió a juntar de la misma manera pero, esta vez, delante de su cuerpo, mientras miraba al hombre a los ojos.
-Gracias.
El hombre no pudo evitar sonreír al verla así, ya que sabía que ahora estaba feliz.
-Eso ya está mejor -dijo mientras volvía a mirar al frente-.
Apenas caminaron durante unos segundos y el hombre ya se había encerrado en sus pensamientos.
"Pero esto acabará siendo un problema. Se creen que ayudan, pero solo están minando su autoestima. Sera mejor que vaya a hablar con ellos antes de que la fastidien más."
-Kyra, ¿a qué hora crees que podría hablar con tus profesores?
Esperó por una respuesta pero detuvo el avance al no recibir una respuesta. Giró la cabeza hacia su lado para ver a la joven pero esta no estaba. Miró de reojo hacia atrás y la vio agachada ante la entrada de un callejón.
-¡Kyra!-la llamó levemente molesto-.
Kyra giró la cabeza y miró hacia el hombre.
-¿Qué haces? -preguntó frunciendo el entrecejo-.
-Hay un gato -respondió con su fría voz-.
-Ya te he dicho que no vamos a acoger a ningún gato -su voz se volvió cansina en este comentario y sus hombros se dejaron caer-.
-Pero este. . .
-Este nada -la interrumpió-, deja de insistir ya y vámonos.
La chica se levantó, pasó el brazo izquierdo  por su espalda hasta agarrar el derecho, que colgaba junto a su cintura,  y se puso a andar hasta llegar a la altura del hombre para luego caminar juntos de nuevo. A la media hora aproximadamente llegaron al museo de la ciudad. Kyra volvió a juntar sus manos por delante de su cuerpo y se dirigió a la puerta. El hombre, en cambio, ralentizó su paso deseando no llegar. Kyra se detuvo frente a la puerta y se dio la vuelta, obserbando a su acompañante.
-¿Ocurre algo? -preguntó mientras separaba sus manos y apoyaba una en la puerta-.
-No, no. . .  -contestó poco convencido, seguido de un suspiro- *Un museo tenía que ser. . . * -pensó mientras volvía a caminar con normalidad hasta la puerta-.
Ambos entraron y Kyra se puso a mirar esculturas de todo tipo. Se paró ante un gran lagarto en posición de batalla, hecho con trozos de máquinas desmanteladas. Luego caminó un poco y se acercó a un pequeño altar con un ángel agachada a la sombra de un gran árbol cuyas ramas crecían alrededor de un ojo. Una cristalina flor de afilados pétalos, un gigantesco espejo esférico y un hombre de piedra intentando aparentemente salir de la pared fueron sus siguientes visitas. Ante el espejo se quedó un buen rato mirando, se apartó el flequillo de la cara, la miró completa y forzó una sonrisa, pero aún así no lo entendía, se dejó de nuevo el flequillo, apagó su sonrisa y se fue a mirar otras esculturas. El hombre la seguía mientras preguntaba para sí cuanto tardarían en irse. Al cabo de un rato, cansado de esperar decidió que ya era hora de irse.
-Kyra, vamos, por hoy ya deberíamos ir a casa.
-¿Ya? -preguntó soltando sus manos y agarrando el antebrazo derecho todavía delante de su cuerpo-.
-¿En serio quieres torturarme más. . . ? -preguntó dejando caer los hombros-.
-Supongo que no -juntó sus manos de nuevo y echó a andar hacia la salida mientras el hombre sonreía y se adelantaba-.
Por el camino la chica se paro frente a una vitrina y se quedo mirando unos segundos el contenido. Se llevaba una mano al interior del chaleco pero el hombre, metiendole prisa, no le dio tiempo así que se dirigió hacia él dejando lo que iba a hacer. Ambos salieron del museo y se pusieron en marcha, conversando para amenizar la caminata.
-¿Sabes? Me han contratado para tocar en un bar -le comentó el pelirrojo en mitad de la conversación-.
-¿En un bar? -preguntó Kyra mirándole- Creí que no tocabas en bares.
-Ya bueno -dijo entre risas- prefiero no hablar de cómo fue la negociación -se llevó una mano a la nuca y se la frotó mientras desviaba la mirada-.
Kyra se quedó mirándole sin entenderlo, pero al final se conformó con hacer una pregunta diferente.
-¿Y cuándo empezarás?
-Mañana por la noche -respondió relajándose de nuevo-.
-¿Por la noche?
-Si -hizo una pausa- puedes venir conmigo si quieres, pero no te acostumbres -dijo sonriéndole- podrás venir conmigo. . . .  -hizo otra breve pausa- una vez a la semana.
-Vale -dijo mientras separaba sus manos y las juntaba de nuevo entrelazándolas esta vez-.

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