jueves, 21 de agosto de 2014

                                                              Una luz en las sombras.
                                                                                    4

Cientos de luces se alzan de la nada combatiendo la noche e iluminando el lugar para que un puñado de gente pueda seguir con su fiesta. Entre ellos, la joven del cuadro corre abriéndose paso a empujones mientras todas las miradas se clavan en ella una a una. Su angustia aumenta a medida que desaparecen sus esperanzas hasta que, finalmente, la encuentra. La persona que buscaba se encuentra ante ella, separada de la multitud, mirándola sonriente. La chica recupera el aliento y camina lentamente hacia aquella persona, pero de pronto un montón de manos la agarran y la alejan de ella mientras todo se desvanece dejando solo a ella y una oscuridad absoluta. Un gran peso oprime su corazón y abre los ojos despavorida. Trata de respirar con normalidad y deja su mirada perdida por la habitación durante el resto de la noche.
La luz se filtra por la ventana de la habitación y la joven se pone un chaleco y se queda luego un rato mirando un gran espejo pegado en la pared, al lado de la cama. En el reflejo se muestra una chica alta y delgada, con una larga melena marrón, una piel pálida y unos ojos muertos, uno marrón y otro verde, que parecen no mirar a ningún sitio. El chaleco recién vestido, de color café, se superpone a una camiseta roja y bajo estos, unos pantalones grises cubren la mitad de su calzado, consistente en unos tenis blancos. Tras unos segundos mirándose suspira, se guarda las manos en los bolsillos del chaleco y sale de su cuarto. Baja por unas escaleras y cruza otra puerta, apareciendo tras una barra en la cual se apoya un hombre.
-Buenos días papa -dice la chica mientras se posiciona a su lado y le mira-.
El hombre se encuentra dibujando algo en un pequeño folio medio roto. Es alto y esbelto. Su pelo es corto y negro, sus ojos marrones y su piel ligeramente morena. Viste una camisa blanca arremangada y  metida en unos pantalones vaqueros sujetos por un cinturón negro y unos zapatos del mismo color.
-Buenos días Eola -le responde sonriente sin dejar de dibujar-.
Eola se inclina sobre el folio para ver el dibujo y su padre, al notarlo, se aparta para dejarle ver. En el folio se ve perfectamente dibujado un ramo de rosas con un lazo. Al verlo, Eola se sonroja y se pone nerviosa.
-La madre que te. . .  -dice en tono bajo-.
-No creí que este fuera tu estilo -se ríe-.
-¡Cállate! -le gruñe mientras rodea la barra y se dirige a la salida del lugar a paso acelerado-.
-¡Eh! -le llama la atención antes de que salga-.
-¿¡Qué!? -Contesta de mala gana dándose la vuelta-.
El hombre coge el folio entre los dedos índice y corazón y lo agita.
-¿No te olvidas nada? -le sonríe-.
Los ojos de Eola se abren un montón y esta sale corriendo hacia su habitación. El hombre, mientras, deja el dibujo sobre la barra y se dirige caminando sonriente hasta la puerta, la abre con una mano y la mantiene así mientras observa a Eola cruzar la sala corriendo con un ramo de rosas en las manos.
-¡Buena suerte! -le dice mientras cruza la puerta-.
-¡Que te den! -le responde de un grito mientras corre por la calle, alejándose-.
El hombre suelta una risotada, cierra la puerta y se va por su parte, a paso calmado.
-Que educada la niña. . .  -piensa sarcásticamente para sí-.

El cálido sol de la tarde cae sobre un parque y un grupito de niños juegan felices bajo su luz. Cerca de ellos, en un banco, una hermosa joven de negra melena, azules ojos, y blanco vestido, les observa sentada y alegre. Eola la ve desde la otra punta del parque y esconde el ramo tras su cuerpo antes de acercarse, nerviosa, a ella.
-Eola, por fin llegas -le comenta, con una sonrisa angelical y una dulce voz, al verla-.
-P-perdón -tartamudea-.
-Tranquila -dice tras una breve risa- no llevo demasiado esperando, ¿qué querías?
-Yo. . .  esto. . .  pues. . .  -se pone más nerviosa y muestra bruscamente el ramo de rosas-.
La joven se sorprende y acto seguido se levanta, la coge por un brazo y la arrastra, corriendo, hasta alejarse del parque y llegar a un rincón más privado.
-¿Qué pasa? -pregunta Eola preocupada-.
-¿¡En que estabas pensando!? -le reprocha-.
-¿De que hablas. . . ? -su voz se apagaba-.
-¿¡Tenías que hacerlo delante de los niños!?
-¿Qué? -pregunta de nuevo, confusa-.
-Mira -le dice mientras le pone las manos en los hombros- ya sabes que disfruto de tu compañía. . .  -hace una breve pausa- más de lo que debería, igual que tú de la mía, pero esto está mal ¿vale? no es normal. . .  y no es algo que tengan que ver los niños.
-¿De qué coño hablas? -no entendía nada-.
-Se que no es nuestra culpa, pero esto no está bien.
-¡Deja de repetir lo mismo! ¿¡Por qué esta mal!? -su voz cobra fuerza a cada palabra-.
-¡No te pongas así! -le grita en tono bajo mientras le hace señas con una de las manos para que baje la voz-.
-¿¡Y como tengo que ponerme!? -se aparta de ella quitándose su mano del hombro- ¡no entiendo nada!
-¡Ya lo entenderás!
-Como gritáis -dice entre risas la voz de un chico- aunque supongo que es normal.
Ambas miran y ven a un chico rubio, de su edad aproximadamente, de ojos azules y pelo algo largo, vestido con una camiseta verde de manga corta, unos vaqueros oscuros y unas zapatillas verdes. Eola, al borde de perder los nervios le mira fijamente.
-¿Qué quieres decir con eso. . . ? -pregunta con voz temblorosa-.
-Pues eso, que es normal, los enfermos mentales están siempre gritando, ¿no? -dice riéndose de nuevo-.
Eola deja caer las flores y se acerca a él bruscamente y le da un puñetazo en la cara tirándolo al suelo.
-¡Eola! -le grita la chica agarrándola del brazo-.
Poco dura el agarre y Eola, enfurecida, se lanza sobre el joven y descarga una lluvia de puñetazos de la que difícilmente es capaz de cubrirse.
-¡Que es mi hermano! -le grita la chica desesperada tratando inútilmente de agarrarla otra vez-.
El joven aprovecha el momento de distracción que le proporciona su hermana para coger una piedra del suelo y estampársela en el ojo derecho para quitársela de encima. Eola suelta un grito y se retuerce en el suelo, cubriéndose el ojo con ambas manos mientras la sangre brota.
-¡Eola! -grita la chica de nuevo, entre lágrimas esta vez, mientras corre hacia ella e intenta ayudarla a levantarse-.
Renunciando a su ayuda, se separa bruscamente de ella.
-¡Suéltame! -grita casi desgarrándose la garganta mientras se va corriendo-.

Al llegar la noche, el padre de Eola llega a casa y al entrar, la ve agachada en un rincón.
-No ha habido suerte, ¿eh? -pregunta en tono suave- lo siento mu. . .  -se calla al fijarse en la sangre que se filtra por sus manos y se acerca corriendo- ¿¡qué ha pasado!?
No recibe nada mas que gimoteos en respuesta, así que, con el corazón en un puño, le aparta con suavidad las manos para ver la herida y acto seguido, la ayuda a levantarse y se la lleva a fuera, al coche, para llevarla al hospital.

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