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Con el cuadro en la mano, una sonrisa sincera asoma en su cara tras revivir estos recuerdos y vuelve a posarlo, con cuidado, donde estaba anteriormente. Echa entonces un vistazo a la gente, que ocupa cada mesa y silla del bar y piensa para sí "sin clientela, ¿eh?". Nada en ese momento le gustaría más que poder mostrarle a su padre la evolución del Scissor Happy con el tiempo. Mientras tanto, arriba en su cuarto, Namira se deja caer en la cama sin ni siquiera abrirla y cierra los ojos dejándose llevar por el relajante abrazo de Morfeo.
Un largo camino se alza al frente y cientos de personas caminan por el. Todas siguen el mismo camino, todas empujan y luchan por adelantarse y llegar más lejos. Cientos de miradas clavadas en un mismo punto, una oveja descarriada. "Otro loco" dicen unos, "¿a donde coño va?" continúan hablando, "¡vas al revés, gilipollas!" empiezan los insultos y sus miradas se vuelven hostiles. "¡Da la vuelta imbécil!" gritan mientras empujan con fuerza, "¡No nos entorpezcas!" se alza otro grito casi ensordecedor. Tras empujon y empujón, un fuerte golpe, el suelo en la cara y cientos de pies pisando y pasando de largo, las luces se apagan. Un grito ahogado y una fuerte respiración rompen el silencio en mitad de la oscuridad y una mano busca a tientas hasta dar con el interruptor e inundar de luz la habitación. Entonces Kyra se levanta y camina hasta el baño, donde tras lavarse la cara con agua fría para despejarse, se seca con la toalla y trata de respirar de nuevo con normalidad. Desvía por un momento la mirada hacia el espejo y se observa. Su pelo esta suelto y algo enmarañado y su cara, tan inexpresiva como siempre, se ve por completo debido a la ausencia de el flequillo que normalmente la oculta y deja a la vista su ojo derecho, de color marrón. Tras mirarlo fijamente un rato se lleva la mano derecha a la cabeza y arrastra un mechón de pelo enfrente del ojo, tapando media cara. Acto seguido deja la toalla en su sitio y vuelve a su habitación donde, justo antes de volver a tumbarse, mira un pequeño despertador rojo que apenas si está a diez minutos de sonar. Se acerca al armario que hay a los pies de su cama y lo abre para sacar una camisa negra sin mangas, una minifalda del mismo color y unas botas altas a juego. Tras acabar de vestirse vuelve al baño para peinarse y hacerse la coleta. Agarra luego una mochila gris del suelo, escondida tras la puerta de su cuarto, la apoya en la cama, la abre y se va hasta la pequeña mesa de estudio que hay al lado de la puerta. En ella, mira una pila de libros y libretas, coje cuatro de cada y los guarda en la mochila, que cierra de seguido y se la cuelga a la espalda. Una vez preparada lanza una mirada al despertador que, tres segundos más tarde, empieza a sonar. Lo para con una mano, coje su móvil de la mesa y sale de su habitación mientras lo guarda en un bolsillo lateral de la mochila. Avanza por el pasillo hasta la puerta, coje las llaves de un pequeño mueble cercano y se va. Una cálida brisa acaricia su piel y unos tímidos rayos de sol la acompañan en su camino, que recorre con las manos juntas frente a su cuerpo y la mirada perdida en el cielo.
-¡Aparta pedrusco! –la sorprende un grito-.
Baja la vista del cielo y observa sin inmutarse a un chaval pasar por su lado en bicicleta, casi embistiéndole. La joven Kyra separa sus manos y mientras ve la espalda del individuo alejarse de ella agarra el pecho de su camisa fuertemente con la mano derecha, deja el brazo izquierdo suelto pero apretando el puño y sigue su camino mirando al frente.
Mientras tanto Namira se levanta perezosamente de la cama y se estira antes de salir de su cuarto. Escucha un par de maullidos mientras baja y al llegar ve el bar vacío y a Eola apoyada en la barra observando un gato blanco con manchas grises que la mira cerca de la salida entreabierta. Al oír llegar a Namira, Eola se da la vuelta para hablarle.
-¿Puede saberse que le pica ahora a tu gato? –le pregunta harta-.
Namira, que no se lo esperaba, se le queda mirando perdido.
-Le he abierto la puerta para que saliera y ha vuelto a entrar maullando, no me quita el ojo de encima –le explica-.
Namira mira al gato un momento y responde luego a su compañera.
-Atención –dice secamente-.
Eola se queda mirándole sin entender.
-Los gatos son expresivos pero a su manera, tienen su propio lenguaje corporal, cuando su cola esta así –dice mientras señala a la cola del gato, que forma una interrogación sobre su cuerpo- es que está pidiéndote atención.
-Y parecía tonto el niño gato. . . -comenta burlona-
-Bueno -le responde mientras rodea la barra-, sería comprensible teniendo en cuenta quién ha sido mi profesora estos años.
Eola ríe sarcásticamente y Namira se detiene en frente al gato, que avanza hasta la puerta, se frena y mira de nuevo hacia Namira.
-Bueno, creo que voy a dar un paseo con Wildcat -se despide vagamente agitando la mano y sigue al gato a la calle cerrando la puerta al salir-.
-No se yo si ese gato será una buena influencia para él -piensa cómicamente para sí la mujer mientras echa un vistazo al bar y ve a uno de sus clientes de la noche anterior apoyado contra una pared en el suelo, donde se había quedado dormido y a ella le había dado corte despertarlo- aunque siempre las hay peores.
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